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Crítica: "Godland", por Javier Collantes

Existe una clase de cine que obedece a otras direcciones, una lectura de intensidad, sensaciones y arte, es como el inicio de la gran belleza del séptimo arte, un modo de mostrar su zona interior. Es la suma de valores, de un arte, un entretenimiento, una cultura, una visión sobre una pantalla. Sin entrar en petulancias ni tecnicismos, el arte cinematográfico como una unión de muchas otras disciplinas de igual consideración.


A las premisas de este preámbulo anterior señala Godland, película de Hlynur Palmason con una extraordinaria belleza y sentido fílmico, arte audiovisual de máxima categoría. Con un punto de vista desde la cámara ajustado al formato 4:3, este título mantiene distancia hacia sus personajes y, al mismo tiempo y por momentos, acerca al espectador al paisaje y la naturaleza, todo ello con perforaciones entre imágenes, luz y oscuridad, todo un hallazgo a lo largo de sus 143 minutos de metraje, una lección de auténtico maestro en cada palmo del terreno que pisa, una proyección que desarrolla su lenguaje y se siente en primera persona. A finales del siglo XIX, un sacerdote danés llega a Islandia, a una zona dura en su climatología y áspera en lo que a sus pobladores se refiere, con la misión de construir una iglesia y fotografiar a sus habitantes. Sin embargo, cuando se interna cada vez más tanto en el territorio como en el paisanaje, la tentación empieza a aflorar, el pecado a sobrevolarle y su forma de pensar, además, experimenta ciertos cambios. En forma de drama con la religión como telón de fondo, con la imagen y el silencio manifestándose en la mencionada tierra de Dios, Godland, que divide en partes su guion, se inspira siete de las anteriormente mencionadas fotografías, una tonalidad narrativa intensa, de ritmo pausado, un verdadero cuadro onírico, mágico por instantes, naturaleza (también humana) en una zona hostil, el verdadero contenido profundo de las personas.


Lienzo de sobresalientes interpretaciones, una banda sonora que aplica sonidos celestiales y una fotografía que firma retratos volcánicos extraordinarios, Godland inserta escenas de animales, humanos en explosión interior, un estilo que refleja destellos de Schrader, Dreyer, August o Herzog, una película cuyo hallazgo es descubrir que hemos encontrado una joya fílmica en todos sus órdenes, simplemente una obra de museo cinematográfico.