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grego
-- Viernes, 26 de Diciembre de 2008 a las 12:26.
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Clint Eastwood, un director cristiano.
Por fin he visto la última película de Clint Eastwood, el intercambio. Una vez más creo que nos encontramos ante una nueva obra maestra, en una película que transita por el género del melodrama, para reivindicar, al poco que se saboree con mayor atención, el aspecto trascendental del cine de Eastwood. Atina, una vez más, el director de Malpaso. Para el público general ofrece un buen producto: una buena película, con un buen guión, unas buenas interpretaciones, un pulso narrativo habitual en su director (contención narrativa de la escena, impecablemente mantenida, iluminación lateral de los personajes, dejando las habituales zonas de blancos y negros) y montaje soberbio (como el paralelo de los juicios), banda sonora acorde “al estilo” del director, que la firma, subrayando los momentos de intensidad emocional con acordes básicos, y que ayudan a mejorar los siguientes visionados del film. Un sensacional vestuario y dirección artística, añadiendo el habitual trabajo de fotografía, como siempre soberbio, que viene dando tan buenos resultados en equipo de Eastwood y su productora. A la vez, como digo, ofrece al público más avisado los elementos trascendentales, que analizaré aquí. El intercambio transita por el género del melodrama, pero en una descripción de la naturaleza del mal, del pecado, en el lupanar que pudo significar la ciudad de los Ángeles en la década de los 20 y 30, en un relato que parece extraído de la novela negra de James Ellroy. Otra parte memorable es la del psiquiátrico.Uno de los personajes más soberbios presentados por Eastwood fue el del “director de manicomio” de Bronco Billy, que estaba completamente loco. Un mundo donde los locos se encuentran fuera. Eastwood recoge parte de esas ideas y rueda unas sensacionales escenas en un centro psiquiátrico, que entronca con la brillantísima “corredor sin retorno” de Samuel Fuller. Es muy posible que si Clint Eastwood hubiese practicado la dirección cinematográfica en los tiempos gloriosos de la revista católica Cahiers du cinema, éste hubiese sido uno de los directores fetiches de la revista, tales como Hictchock, Ford o Hawks. Es Eastwood un director cristiano, un autor trascendental. Y “El intercambio” se sitúa en esa calificación. En una historia – un asesino de niños, el rapto de un niño, la corrupción política, policial, la prensa, la mentira…- que se constituye en un McGuffin para contarnos otra cosa, al cine de Theodore Dreyer - “The Ordet”-: la esperanza cristiana de reencontrarse con los seres queridos, el pecado, la redención, la salvación católica de las almas, el bien y el mal. Sé que muchos se sorprenderán de esta afirmación. Sin embargo, para otros más habituados a la crítica cinéfila saben a lo que me refiero. Por supuesto, me refiero al estilo que describió el director y guionista Paul Schrader en “el estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer”. El guionista de Toro Salvaje señaló las siguientes palabras “…el cine ha desarrollado un estilo trascendental, un estilo que ha sido usado por varios artistas de diversas culturas para revelar lo sagrado…en el medio cinematográfico.” Todo este estudio del cine de Ozu, Bresson y Dreyer es asimilable al cine de Eastwood, que cada vez hace un cine más parecido a estos autores. Millión Dollar Baby fue uno de los primeros acercamientos que hizo la crítica a esa idea de trascendencia; sin embargo es sabido que el cine de Eastwood mantenía ese carácter desde sus inicios. El fantasma vengador de “Infierno de Cobardes”, el jinete apocalíptico de “El jinete pálido”, la cruz que se tuerce al inicio de “Josey Walles”, la cruz de “Harry, el sucio” o la famosa secuencia del tiroteo en el campo de futbol vacío - Estilo trascendental que recogió de Donald Siegel –. La historia de redención de “Sin Perdón”, o de autodestrucción de “Bird”, en la senda del mejor cine norteamericano de los 70, y del Scorsese católico, son otros ejemplo. La reflexión sobre la vida, y su dureza, con sus golpes, y la naturaleza de la muerte, que hizo con Million Dollar Baby, vuelven a repetirse en “El intercambio”, uniéndose a los intereses temáticos de Eastwood por la infancia inocente vilmente vulnerada de Mystic River. EL intercambio está completado por escenas sublimes, como la del niño testigo que relata al policía su declaración. Toda una declaración sobre la barbarie humana y que finaliza con el plano de en un cigarro consumido. Sigue Eastwood, por tanto, con su aspecto más humanista, reflexionando sobre las heridas a las personas, el mal, el uso del Poder, la mentira institucionalizada, pero en todo caso, y pese a todo en la Esperanza. Una vez más se hace muy dificil analizar las imbricaciones ideológicas de su cine. Se revela una vez más como un artista que supera ese aspecto. Así, la escena de la ejecución está rodada sin tomar una toma de partido moral y que contiene, más allá del debate moral sobre el contenido ético de la pena de muerte -que ya había tratado en ejecución inminente, y que por ello, parece clara la postura de Eastwood ante, en casos como un asesino de niños, la imposibilidad de "juzgar" tales hechos-, nos encontramos en una reflexión de profundas conviciones religiosas. Más interesante, por tanto, es la reflexión, en esta escena como en la que le antecede, la reflexión sobre “el pecado”, la confesión, y que ésta, la ejecución, no resuelve para nada lo que persigue el personaje de la madre, interpretado por Angelina Jolie: el reencuentro con su hijo. La conversación mantenida entre la madre y el sacerdote presbiteriano, sobre la fe, y el reencuentro con el hijo en el más allá, nos aporta pistas sobre lo que ésto. Así como “la fe” de la Madre, según cuenta al párroco, de que éste continúe vivo. En todas estas escenas se pone de manifiesto el hecho de que la protagonista no juzga al asesino, tampoco pretende la restitución de una justicia terrena en Los Ángeles, como una moderna Sodoma y Gomorra, si no sirve a sus fines: el re-encuentro con su hijo y la Esperanza en ello. La muerte del asesino (culpable) y el niño (inocente) que puede llevar a un incongruente estado de reflexión teológica -trascendental en la terminología de Schrader-. En fin: es Eastwood un director cristiano, pero en el mejor sentido cinematográfico que se pueda hacer de él (Henry King, Dreyer, Scorsese). Un director que, muy posiblemente, sea bien recibido, una y otra vez, en el análisis que hagan de él los representantes religiosos, como bien acogieron Million Dollar Baby
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